1. ¿El artista debe ser rebelde o más bien adscribirse a lo que le manda el Estado? Cuestión casi tan antigua como el arte –en realidad primero surgió esta, digamos en Altamira, y decenas de años después algo parecido al otro, supongo en alguna cultura mesopotámica–, la independencia ó no del artista será tema de discusión, intuyo, hasta el fin de la especie.
2. Con guión de Jacques Forgeas, Daniel Vigne (L’ Attente, Comédie d’été, Une femme ou deux, Le Retour de Martin Guerre, Les Hommes), quien ha dedicado la mayor parte de su carrera a hacer películas para televisión, decide hacer una presunta recreación –desconocemos si lo presentado en la cinta sucedió realmente– de la posible brega entre el famoso fabulista Jean de la Fontaine (Lorant Deutsch) y Colbert (Philippe Torreton), una suerte de cobrador fiscal de Luis XIV (Jocelyn Quivrin).
3. Partamos por recordar, a modo de ambientación, que estamos en 1661, que supuestamente Mazarino ha sucedido a Richelieu como cardenal, D’Artagnan es capitán de mosqueteros –para algo sirve habernos zampado y tener por ahí la zaga entera de los célebres personajes de Alejandro Dumas– y ‘ese’ Luis fue el que vertió la célebre frase “el Estado soy yo” (cualquier parecido con coyunturas actuales, alego demencia).
4. Agreguemos –esto parece receta de cocina– que La Fontaine se mueve entre otros célebres contemporáneos suyos como Moliére (Julien Courbey), Racine (Romain Rondeau), La Rateau (Sylviane Goudal) y su némesis central, no como escritor sino como enviado de Colbert, será M. de Chateauneuf (Jean-Claude Dreyfus).
5. La Fontaine protesta, mediante sus fabulosos escritos, por la detención de su mecenas Fouquet. Proscrito de una lista compradora de conciencias que genera Colbert, llega a trabajar incluso como mesero –si ahora sigue siendo mal visto, imagínense cuatro siglos ha–, mas sigue dándole con lo suyo al rey-estado y sus llunkus.
6. Chateauneuf es mandado a liquidarlo, pero entretanto –en uno de esos giros dramáticos bastante flojos para cualquier guión que se respete y sin embargo funcionales– el caballerito de la corona, ladino como pocos, ha decidido que es mejor perdonarle y dejarlo sacudirse bien.
7. El protagónico es salvado por quien menos él espera y listo. Luego lo vemos convertido en un feliz viejito verde que cuenta otro tipo de fábulas a las niñas. Siendo que el biopic (películas biográficas) puede ser un género tan grato y útil para enseñarnos sobre algo –o adoctrinarnos ídem, pregúntenle al Tonchy–, Vigne se aplaza refeo porque no propone nada. Bonita recreación de época, digamos. Ni siquiera las actuaciones. Debe ser por eso que hace pelis para tele.
IMAGEN: GRUPO EUROPEO DE CULTURA/INTERNET.
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