1. ¿Cuánto puede o debe influir y determinar la religión en nuestras vidas? Más allá de cuestionamientos teológicos o de intentar meternos con la fe y las creencias de cada quien –lo cual no es pretensión nuestra, quede claro–, cualquier tipo de fundamentalismo, sea por el motivo que sea, debe ser analizado, desenmascarado y, en lo posible, erradicado. Esa, en síntesis, podría ser la idea sustancial de esta película que nos llega desde Dinamarca.
2. Niels Arden Oplev (Portland, Fukssvansen, Drømmen, Män som hatar kvinnor), junto con el guionista Steen Bille, recrea la historia real de Tabita, quien para el caso de la película se llama Sara (Rosalynde Mynster), una joven de 17 años devota y entregada en los Testigos de Jehová, creencia a la cual pertenece su familia. Luego de asistir al bautizo de su hermana adolescente Elisabeth (Sarah Juel Werner), una grave crisis se desata en el clan familiar: Andreas (Jens Jørn Spottag), el padre y hermano destacado de la comunidad, ha sido infiel a Karen (Sara Boberg).
3. Contra lo que podría pensarse –incluso lo que dictaría el sentido común, dirá alguien–, Sara y sus hermanos menores, Elisabeth y August (Jacob August Ottensten) –por cierto y ya que estamos, nombres no muy acordes con los seguidores de la escuela de Charles Taze Russell: Isabel fue una reina incrédula en el antiguo testamento y Augusto es más bien un nombre romano–, deciden que si Karen no quiere perdonar a Andreas debe irse de la casa. Y es la segunda escisión familiar: Jonas (Thomas Knuth-Winterfeldt), el hermano mayor, no vive ya con ellos por haberse acercado a los “libros prohibidos”.
4. Luego de clases, Sara comparte con su amiga y correligionaria Thea (Catrine Beck), con quien asiste a una fiesta en la que conocerá a Teis (Pilou Asbæk), músico y unigénito digamos normal –o lo que concebimos como tal–, y la atracción entre ambos les llevará a enamorarse. Por esa relación con un mundano, Sara debe confrontar a los “Ancianos” –varones que acceden a tal condición luego de años de dedicación y preparación; una clara muestra de la misoginia que Russell supuso rescatar de la biblia y promovió luego entre sus acólitos–. John (Anders W. Berthelsen), el más respetado, le dice que debe cortar cualquier nexo con Teis y hacerlo por carta.
5. Puestos ahí, el dilema moral/personal de Sara es más que evidente: sigue con lo que ha vivido toda su vida, que además para ella es la única forma de vivir, o se abre a experimentar lo que pasa en el mundo externo al de su comunidad, el cual desde luego le está vetado. Y todo eso, claro, a la espera de que la generación de 1914 presencie el Armagedón y el fin de todo este caótico estado de cosas, como dice en la literatura que a diario distribuyen –sólo habría que hacerles notar que estamos a menos de un lustro para que se complete una centuria del año que ellos mismos señalan y no parece haber tal regreso del Mesías a la vista.
6. Aunque Teis se acerca al Salón del Reino de los Testigos de Jehová al que asisten regularmente Sara y sus familiares, e incluso participa de una de sus Asambleas de Distrito –esas que usualmente realizan en el coliseo–, está claro que lo hace más que nada por la atracción que siente por ella. Como cuando uno conoce a una persona cristiana ó evangélica interesante y decide participar alguna vez de sus rituales euforizantes en Ekklesía u otros lugares análogos, pero en realidad el fin que persigue es otro. No sé ustedes, pero yo sí lo hice. Y la pasamos muy bien.
7. Pero volvamos un instante más a la película. Sara comprende a su hermano mayor y a su madre, y confronta finalmente a su padre luego de las exequias funerarias de Thea, quien ha fallecido tras un accidente al no aceptar que la hagan una transfusión de sangre. Es el clímax y además el cierre correcto, porque la tesis de romper cualquier fundamentalismo queda bien sustentada. Oplev se la jugó y le fue muy bien en taquilla, festivales y aun como candidata danesa al Oscar. En lo personal, hay ciertos aspectos del filme que me cuestan asimilar, pero asimismo soy un convencido que la entrega completa a cualquier dogma implica desapegos, rechazos y luchas constantes. Quizás por eso lo más cómodo sea decir que no se cree en nada, o declararse de la religión mayoritaria, pero sin practicar realmente lo que debería ser una feligresía cabal. Para verla y discutir con mente abierta.
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