El realizador y músico serbio
concentra el tercero ciclo en la Cinemateca Sur. Емир Кустурица en su idioma natal (se pronuncia Émir Kústuritsa) es,
además de cineasta, un rockero de reconocida trayectoria con su banda The no smoking orchestra. Premiado varias veces —tres de ellas en Cannes, siendo el
único director del mundo con ese récord—, se ha convertido en uno de los
cineastas icónicos del oriente de Europa y del mundo entero.
Kusturiça, además, adora el fútbol: estuvo a
punto de ser jugador profesional, viste camisetas de distintos equipos o
seleccionados cuando sube a los escenarios a tocar su guitarra y rinde algún
homenaje, cada que puede, al magnífico deporte de la pelota, los pórticos y los
22 gladiadores.
“El fútbol resulta, en esencia, el único
juego extremadamente bien diseñado en el espacio. Es compleja anticipación y
abstracción, pero lo que más me atrae es su sentido de geometría, la utilización
del espacio para, de múltiples formas, avanzar con el más sofisticado
círculo-esfera que existe: la pelota. El balón es un pequeño planeta, el único
planeta que el hombre podría dominar”, explicó en una entrevista para La Nación de Chile.
En ese coloquio estableció asimismo la
relación que para él tienen el cine y el fútbol: “El cine, aunque no lo
parezca, posee el mismo problema que el fútbol: proporción, espacio y tiempo.
La mayor parte del cine de hoy no respeta esto, pues se preocupa, con close ups
de tv, de la estética de los ojos y de las conductas de las grandes estrellas.
No se preocupa de la arquitectura. ¿Qué hace al fútbol y el cine tan cercanos?
La arquitectura. Todo partido de fútbol tiene sus propios arquitectos, y cada
film tiene su propia arquitectura… El fútbol es un juego muy serio, una
ebullición, y filmar una película es también una ebullición. En cada caso,
tienes problemas sobre problemas que resolver y seguir jugando”.
Serán tres funciones
diarias, a las 15:20, 18:30 y 21:30, en la Sala 16 del Mega Center.
Programa
Dom za
vesanje (El tiempo de los gitanos,
1988; 19 y 28 de mayo). “Un
joven gitano con poderes telequinésicos es seducido por el dinero fácil que le
proporciona trabajar para la mafia”. [Todas las sinopsis incluidas en este
artículo fueron extraídas del sitio FilmAffinity].
El crítico Aarón Rodríguez expone: «Es, de entrada, una película implacable. En todos
los aspectos. Un ejemplo de cómo hay resortes innombrables en el alma humana
que la cultura es capaz de modificar y potenciar con la propuesta de textos
(fílmicos o no). Algo que nos confirma hombres y que, frente a la exposición de
ciertas obras, parece encontrar cierto sentido y cierta dignidad. Kusturiça ha
resultado ser un experto en la creación de tramas y ambientes capaces de
fascinar. En apenas cinco o seis minutos de una secuencia elegida al azar (la
boda imaginaria del protagonista, por ejemplo), hay todo un pequeño mundo que
se desarolla y explota ante nuestros ojos.
Otra
de las bazas fuertes de la historia sería, por supuesto, el maravilloso guión,
un auténtico ejemplo de la construcción de personajes y de la creación de
sensaciones desde dentro de la narratividad. Y en las interpretaciones, que
vienen de actores no profesionales, cogidos de los suburbios por el propio Kusturiça
con una efectividad que ya le hubiera gustado al neorrealismo italiano».
Arizona
dream (El sueño de Arizona, 1993; 20
y 27 de mayo). “En
un extraño y desolador paraje del desierto americano, un vendedor de coches
convence a su sobrino para que trabaje con él. Allí conocerá a una mujer que le
traerá serios problemas”. El Chapa, crítico y bloguista argentino, señala: «Algunas películas funcionan
solamente si nos dejamos llevar por ellas. Nos presentan un mundo de
imaginación surrealista que viene de la mente de sus creadores. Son difíciles
de ver, especialmente cuando mezclan personajes reales que viven sus vidas a
veces despiertos, o dentro de un gran sueño o de sus propios sueños…
¡Qué
director! Conocido por su originalidad, el reconocido Emir Kusturiça le pone su
propia firma a su película, colaborando en la historia que también debe haber
soñado en parte; dándole vida al sueño con su cámara voladora, llena de giros
inesperados y enamorada de sus alrededores. Lo que consigue son palabras
mayores, aunque no todos podrían entenderlo y, consecuentemente, apreciarlo».
Maradona
by Kusturiça (Maradona por Kusturiça, 2008;
21, 26 y 29 de mayo). “Documental
sobre el famoso futbolista argentino Diego Armando Maradona”. Gabriel Quispe refiere:
«Hacer un
documental sobre una celebridad tan imponente como Diego
Armando Maradona,
cuando aún vive, implica a priori una visión incompleta, fragmentaria, parcial.
Imagínense, en el filme de Emir Kusturiça
falta el periodo 2008–2010: su polémico nombramiento como entrenador de la
selección argentina, la cercanía a los Kirchner, la clasificación angustiosa al
Mundial, los insultos a la prensa, la campaña en Sudáfrica, el cataplum a manos
de los alemanes, su accidentada salida (…) Y qué más hará después.
Entonces
no hay lugar a acercamientos abarcadores. El serbio imprime un tono ligero y
tangencial. Se da el gusto de pararse delante de cámaras, no sin vanidad, en un
clima de familiaridad con el divo que demora en aparecer en pantalla,
precisamente porque el inicio recrea, sin Maradona de por medio, una melodía
típica de las películas de Emir, cuyas escenas se insertan reiteradamente entre
los recuerdos de pobreza y desenfreno del Diego. Son extremos de una
trayectoria que el cineasta siente cercanos y presentes en su filmografía y
disfruta citar.(…)
Por
ello, la visión de Maradona
by Kusturica, salvo chispazos como la confesión de los
momentos claves de sus hijas que la drogadicción no le dejó vivir, padece
serias lagunas y se sostiene sólo si aceptamos las escasas ambiciones de su
emprendimiento. Debe ser la película menos lograda de su autor, y sin embargo,
aparentemente, una de las que más ha gozado realizar».
Zivot je
cudo (La vida es un milagro, 2004; 22
y 25 de mayo). “Bosnia,
1992. Luka, un ingeniero serbio de Belgrado, se ha instalado en una casa
aislada con su mujer Jadranka, cantante de ópera, y su hijo Milos. Luka está
preparándose para construir una vía ferroviaria que hará de la región un
paraíso turístico. Pero, cegado por su trabajo y por su natural optimismo, Luka
no presta atención a los persistentes rumores de una guerra civil inminente”. Carolina Larraín apunta: «En
la primera mitad de la película, se juega constantemente con un vaivén de
integración/desintegración o de aceptación/rechazo del espectador y cuesta
entrar. Es interesante de todas formas que este recurso se usa en historia de
Luka previo a su conocimiento de Sabaha, y que al iniciarse la relación
de Luka y Sabaha, el relato se unifica y permite una paulatina
integración del espectador. Es como si sólo nos dejaran entrar en la trama una
vez que se inicia la “verdadera historia de Luka”.
La
película conecta mucho con el teatro, en cuanto delata una cierta
escenificación de corte más teatral que cinematográfico, dotando al filme de un
uso del espacio y las materialidades de carácter singular. Hay una sublimación
de la imagen que permite entrar en diversas dimensiones estéticas corporales y
espaciales en las que parece que las características de los personajes
permearan el trabajo de cámara. Se enfatiza lo grotesco, lo excesivo, lo
esencial (en términos de personaje), lo maniático, lo carnal y sobre todo la
materialidad de cada personaje (animal o humano) en el espacio fílmico. El
manejo de cámara funciona muy bien con el sentido lúdico del film y su
estrategia de montaje. (…)
A
su vez, el tema del poder es tratado de forma ácida y severa, revisando el
problema del dominio y los excesos que este conlleva, a través de experiencias
del pasado reciente de los países de la ex Yugoslavia».
Por tratarse de la película que más me gusta del trabajólico Kusturiça,
me extiendo un poco más con estos apuntes tomados por el propio realizador: “Para mí era difícil
hacer una película de amor en tiempos de guerra, pero, para empezar, tuve la
suerte de contar con dos rostros espléndidos: el de Slavko, que interpreta a
Luka, que es la versión balcánica de Anthony Perkins, y el de Subaha, que
resume la belleza rubia de las chicas eslavas. Además, me interesaba mostrar el
curso de esos sentimientos y las relaciones con los demás personajes: el
cartero torpe, el oficial que no sólo siente como un soldado, la vuelta de
Jadranka y el regreso posterior de Milos, todo ello, con el fondo de la guerra,
podía ser una mezcla explosiva. Era un reto que quise asumir. Hay gente que
dice que es una película que parece antigua y creo que se podría definir como
una película antigua contemporánea, en el sentido de que hemos resaltado las
emociones en lugar de describir quién era o no culpable, lo que, en el caso de
Occidente respecto a la guerra de Bosnia, era lo que estaba más de moda. En
esta película hay una mezcla de géneros (de amor y de guerra): hay algunas
escenas de guerra pero sólo como flashes, para dar una idea del contexto y
reforzar las escenas íntimas, que también son muy difíciles. También me han
dicho que mi película tiene un algo del cine de Frank Capra y para mí esto es
un elogio, porque ése fue el mejor período de Hollywood y tanto su cine como el
de Lubitsch representan para mí lo mejor de esa época. Por desgracia, ese tipo
de cine se ha perdido, y unos pocos, entre los que me cuento, estamos luchando,
como los últimos mohicanos, por recuperarlo. Es desolador comparar el cine
norteamericano de los años cuarenta y cincuenta con el de los años ochenta y el
actual. Al verlo, uno se pregunta si realmente es un progreso para la humanidad
haber cambiado de esa forma tan estúpida, tan idiota. ¿O es la nueva ideología
que emplea Hollywood al servicio de un mundo como gran empresa en el que lo
mejor es no provocar en el consumidor —y no el ser humano, el ciudadano—
ninguna reacción humana? Es falso que el mercado sea la única medida y el único
regulador de nuestros procesos sociales y psicológicos. Es una idea falsa y no
puede durar mucho tiempo”.
Crna
macka, beli macor (Gato negro, gato blanco, 1998;
23 y 24 de mayo). “Grga
Pitic, un mafioso gitano que controla los vertederos de basura, y Zarije, el
orgulloso propietario de unas obras de cemento, son amigos desde la infancia.
Ahora tienen ochenta años, han sobrevivido juntos a todo tipo de aventuras y se
profesan un profundo respeto. Estando Zarije en el hospital, su hijo Matka
acude a Grga para pedirle dinero. Él y su socio Dada lo necesitan para hacer un
gran negocio vendiendo petróleo en el mercado negro. Pero las cosas salen mal
y, entonces, Dada amenaza de muerte a Matka si no consigue que su hijo se case
con su única hermana soltera. Pero, naturalmente, el chico está enamorado de
otra”. Oswaldo Osorio, colombiano, puntualiza: «Hay películas que a uno le parecen
fascinantes, como ésta, por ejemplo, y sin embargo, no sorprende ver a no
pocos espectadores abandonarla mucho antes de que termine. Y es que además de
fascinante, es también una película de excesos, lo cual esos desertores de
butaca no deben considerar por cierto una cualidad. La verdad es que muchas
veces no lo es, pero en casos en que esos excesos se apellidan Fellini,
Almodóvar, Waters o Kusturiça, resultan ser, no sólo cualidades, sino elementos
claves para hacer de sus películas una experiencia fascinante.
Con
Gato negro, gato blanco, Emir
Kusturiça vuelve a tomar como protagonistas a los gitanos de Europa Oriental,
aunque al parecer esta vez centrándose más en su exotismo y cotidianidad, pero
sin abandonar por completo, y aunque sea sólo implícitamente, la
reflexión crítica sobre esta comunidad en particular con la que tanta afinidad
tiene. Pero el universo gitano que le vemos en esta película no es el de Cuando mi padre salió en viaje de negocios
(1985) o el de El tiempo de los gitanos,
al menos no en la forma de mirarlo y en el tono que utiliza para recrearlo,
pues la reflexión, emotividad y el drama les ceden el paso a la extravagancia y
el exceso, a la parodia y la comedia burlesca. De ahí que su argumento sea una
anécdota casi sin importancia, un enredo de negocios sucios, estafas y
matrimonios arreglados, pero los elementos que la componen son vistosos,
ingeniosos y veces poéticos, incluso interesantes desde el punto de vista
antropológico. Por eso no es una película para quienes no gusten de los excesos
y las puestas en escena poco convencionales, sino para los entusiastas de esos
realizadores que crean con sus películas universos autónomos con sus propias
reglas e imágenes. (…)
Pero
en la película no todo es delirio y desenfado, porque en medio del jolgorio de
sus fiestas y la exaltación de sus sentimientos de amor filial y romántico, a
este pueblo de gitanos les resulta inevitable ocultar su marginalidad atávica y
esa problemática disyuntiva entre lo que solían ser, lo que pueden ser y lo que
los nuevos tiempos traen consigo. Y es que Kusturiça no podía dejar de sentar
una posición ante la situación de su gente como lo ha hecho antes, no importa
que ésta no fuera una película convencional, no importa que se tratara de una
comedia apabullante y para muchos atosigante, de todas formas no hablamos de un
director convencional y mucho menos de los que dejan contenta a toda la
audiencia, lo cual suele suceder con esos autores que le apuestan a la originalidad
y a su universo personal».
Underground (1995; 30
de mayo). “1941.
Belgrado, Segunda Guerra Mundial. Marko y Petar, delincuentes y amigos, luchan
contra los alemanes. Petar resulta herido y, para salvarse, se refugia en un
sótano junto a un grupo de partisanos. Mientras tanto, Marko se convierte en un
héroe y, terminada la guerra, será uno de los favoritos de Tito. Sin embargo,
mantiene encerrado a su amigo durante veinte años asegurándole que la guerra no
ha terminado; así, consigue alejarlo de Natalija, la chica que ambos aman.
Cuando, por fin, Petar sale de su escondite se encuentra con otra guerra, esta
vez entre serbios y bosnios; sólo ha cambiado una cosa: su país ya no existe”.
Lucía Solaz comenta: «Esta
película supone una revisión crítica, en tono satírico y tragicómico, de un
sistema político y de la identidad de un pueblo. Un relato sobre la ambición y
la dignidad, el sentido de la historia o las fronteras que separan la realidad
de la ficción. (…)
Kusturiça
encontró el embrión de la historia en un trabajo escrito (…)por Dusan
Kovacevic, quien escribió una pieza para el teatro acerca de un hombre que
mantiene escondido a un grupo de personas diciéndoles que la guerra continuaba,
aún habiendo acabado. Esta es la única idea que se mantiene de aquella obra. El
resto ha cambiado para reflejar una sociedad consumida por la mentira, por la
manipulación de imágenes, de información y de personas, y para hacer una tragicómica
disección de personajes que resultan al mismo tiempo simpáticos y aborrecibles.
Algunos
de los paisanos de Kusturiça y ciertos escritores franceses han acusado la
película de proserbia por el hecho de que no es antiserbia. Si algún anti hay
en Underground es antigenocidio, en
forma de antinazismo, antiestalinismo, antiticismo y, sobre todo, antinacionalismo, sea éste de
la parte de Yugoslavia que sea. La rodó en Belgrado, entre 1993 y 1995, porque
sólo allí había medios para hacerlo. Lo que algunos le reprochan en el fondo es
no ser anti ningún pueblo y sentir nostalgia de la armonía internacional en la
que nació y creció. (…)
Underground es el filme de los
perdedores, de estos pueblos llevados por la Historia, mantenidos en la
ignorancia, que salen de repente de un sótano y que la luz ciega y vuelve
locos. Es también el filme de una cultura de clanes, ancestral, tradicional,
que entra violentamente en la modernidad sin tener ni la infraestructura ni los
modos de pensamiento que le permitirían sobrevivir en el mundo postindustrial
de la revolución de la información».
El ingreso para cada función es de Bs 25.
IMÁGENES: INTERNET.